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lunes, 3 de mayo de 2010

La falta de los Coleman


Los Coleman eran una familia tipo, compuesta por Marta y
Joseph, ambos profesores universitarios y sus dos
jóvenes hijos: Clara, la más chica y Gustavo, el mayor.
En la familia Coleman todos los temas eran discutibles, tenían
una mentalidad muy abierta a pesar de su estricta herencia
judía, trataban de ser justos con sus hijos, de dejarlos en
libertad para tomar sus decisiones, para elegir su futuro,
su profesión, sus amistades y relaciones.
Todos los temas eran discutibles, excepto uno: la felicidad.
Descendientes ambos padres de víctimas del holocausto y
fervientes asiduos del existencialismo ellos determinantemente
no creían en la felicidad ni en nada que se relacionase con ella.
Para ellos la vida era simplemente un pasaje, un estado
existencial, nada más. Y la felicidad era solo una ficción,
producto de la ignorancia.
Sus aspiraciones siempre tuvieron que ver con el
conocimiento, con la ciencia, la femomenología y con
lo razonable. De sentimientos y de emoción, los Coleman,
no sabían que decir. Era una jurisdicción que no les competía.
Criados en esta concepción, Clara y Gustavo
siempre optaron por relaciones por lo general frívolas
y superficiales.
Ambos eligieron estudiar careras tradicionales:
Gustavo, Ingeniería civil y Clara, a pesar de su
interés por la psicología y la filosofía, había optado por la
Abogacia, siguiendo los pasos de su abuelo materno.
La vida transcurría sin grandes sobresaltos, día tras día,
en esa tranquilidad poco conflictiva, producto del desinterés
por todo lo que no fuera cuantificable, razonable y esperable.
Sin embargo, había siempre en el ambiente una tensión, la
sensación de que todo estaba siempre a punto de estallar.
Pero nunca pasaba nada. Todo era siempre, como debía ser.
En el hogar de los Coleman todo era siempre exactamente,
como debía ser.
Pero Clara estaba confundida, ultimamente el bichito de la
curiosidad había comenzado a corromper su mente otrora
lúcida.
Clara se comenzó a preguntar por la felicidad, a pesar de
saber que esta no existía, que era un invento de las
religiones para lograr el control social y que era algo irreal,
una aspiración de las mentes poco ilustradas, un error
conceptual, más bien.
Clara quería saber que era la felicidad, ella anhelaba
experimentar la felicidad. Sabia que si hablaba de esto
en su casa o con su hermano, lo más probable es que
pensaran que había enloquecido y la enviarían a
consultar con un psiquiatra.
Así que callo y se guardo para si esta inquietud.
Aunque por su propia cuenta, comenzó a visitar las biblioteca
de la ciudad en busca de teorías, de autores que hablaran de
forma medianamente seria acerca de la felicidad. No logro
mucho, ya que los autores que hablaban de ella solo lo hacían
para desmentirla y los que la promulgaban, lo hacían, pero
desde argumentos poco solidos y a Clara los argumentos
débiles no la conformaban, era una chica muy exigente.
Entonces empezó a preguntarles a sus compañeras de la
facultad, que parecían estar siempre tan contentas si eran
felices y sobre la formula para ser feliz: ellas siempre le
respondían que no eran felices por que siempre les faltaba algo,
nunca habían sido completamente felices. Clara se sintió
decepcionada por que tenia la esperanza de que fuera de su
familia todos conocían la felicidad, de que el hecho de creer en
ella o de no saber de que su inexistencia, era suficiente para
poder experimentarla.
Sin saber a quien recurrir , Clara decidió cambiar de estrategia
y buscar a una persona ignorante, a alguien que le diera una
respuesta diferente, alguien lejano de su circulo. Tal vez así,
por oposición llegaría a comprender que era la felicidad.
Entonces decidió preguntarle a un indigente, pensando que
su visión del mundo seria distinta, que vería las cosas desde
un ángulo diferente.
Se acerco a un mendigo que parecía amigable en la plaza San
Martín, daba la sensación de ser un viejo bonachón y no estaba
tan sucio como los demás mendigos que había visto por ahí.
Hablando suavemente y con modales impecables, como era
su estilo, le pregunto: "Señor me gustaría hacerle una pregunta,
si no le molesta quisiera me diga, ¿para usted, qué es la felicidad?".
El mendigo le respondió: "Querida, yo de felicidad no se nada,
yo perdí a todos mis seres queridos en un incendio hace 10 años,
perdí mi trabajo, sufro del hígado y no tengo casa, a penas si logro
comer una vez al día, gracias a la beneficencia". "Pero vos sos
joven, linda pareces inteligente y se nota que estas bien cuidada,
que tenés una familia que te quiere,¿ no es así?, vos tenés que
saber que es la felicidad...".
"Si, es como usted dice, respondió Clara. Pero yo nunca me sentí
feliz, en mi casa no creemos en la felicidad, ni en que sea posible,
si quiera recomendable".
El mendigo la miro con ojos tristes, como sintiendo lastima
por ella y le dijo: " Que triste que una chica como vos no crea en la
felicidad, entonces que esperanza queda para un pobre viejo
como yo".
Así, Clara comprendió que la felicidad verdaderamente
no existía. Por que si ella que tenia casi todo no podía serlo,
entonces definitivamente sus padres tenían razón y estábamos
todos condenados a una existencia vacía, finalmente. Le dio unas
monedas al pobre hombre y le agradeció por su tiempo y por
haber sido tan amable con ella.
Cuando se había alejado unos metros comenzó a sentirse triste
y la inundo una angustia inconmensurable, las lágrimas
comenzaron a caer por su cara y de repente, como un rayo
llego un pensamiento diáfano.

Clara, había comprendido su falta. Lo único que necesitaba

para poder ser feliz era tener Fe, poder creer sin tener siempre

la necesidad de ver. Creer a pesar de no tener certezas,

ni seguridades.

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