La educación es lo opuesto al análisis.
En la educación un maestro se pone en el lugar
de un sujeto supuesto saber y se constituye como
el "ideal" para sus alumnos, quienes deben renunciar
a sus deseos, al menos momentaneamente. Para
poder alcanzar ese ideal que este sujeto (que
supuestamente sabe), encarna.
El análisis, en cambio, es el proceso por el
cual el analista se destituye como sujeto
supuesto saber, devolviendole al analizante
(el que se analiza) su propia imagen, como un espejo.
La terminación del análisis para un sujeto
puede describirse como un atravesamiento,
como un vaciamiento del otro. Algunos conceptos,
ideas relacionadas con nosotros mismos y con
nuestros otros significativos comienzan a cuestionarse e
incluso a cambiar radicalmente en muchos casos.
Si nos fijamos con atención esos primeros otros
significativos son nuestros propios padres, quienes al fin y
al cabo fueron nuestros educadores. Por ellos, por amor,
y por temor a perder su amor renunciamos a muchas cosas.
Ganamos muchas otras, porsupuesto.
Pero en la educación siempre se pierde algo
del sujeto. Esto es necesario. Pero a veces
lo que perdemos es demasiado.
Digamos que el alumno supera al maestro cuando
puede atravesarlo, cuando logra cuestionarlo.
Cuando las imágenes míticas empiezan a caer,
cuando todos se vuelven indefectiblemente humanos
la vida empieza a tener otro sentido, otros matices.
Y la realidad cobra texturas inimaginables hasta
entonces.
Winnicott decía que para convertirse en hombre
el niño debía primero matar a su padre. Matarlo
simbólicamente, claro. Para que esto suceda
este padre debe dejarse confrontar por este hijo,
erigirse como figura "confrontable" y no como igual.
El parricidio, aunque doloroso es necesario para
convertirnos en adultos.
Finalmente el amor, en un proceso de
desaprendizaje, nos lleva muchas veces
a desencontrarnos con otros, para poder
encontrarnos con nosotros mismos.
No existe rey mas justo que el que abdica....
para dejar reinar a otros.
Este post esta dedicado a mis padres, quienes me dieron
el amor suficiente para poder valorarlos, la fortaleza
de carácter para poder confrontarlos y la frustración
necesaria para tener el deseo de superarlos.